domingo, 16 de julio de 2006

Crónica de una Lucha (La Paz) Parte II


Hace Más de un Año...

Nervioso, entré a la escuela, que me esperaba. En el trabajo había contactado al dueño, que me invitaba constantemente a participar en ella. No había pizarrones, ni bancas, es más, a duras penas hay unas sillas, una mesa que siempre se vé a punto de desplomarse cargada de cosas pesadas. La iluminación era bastante irregular, por lámparas de neón. Pero en el centro del bodegón que era esta escuela, estaba el santuario, el santo Grial, un ring de lucha libre profesional, casi nuevo, con cuerdas oficiales, altura oficial, lona y esquineros, algo que ninguna arena en el Estado tiene.

Ahí me recibió el profe Chava. El menudo michoacano había dedicado todo su tiempo libre para practicar la lucha libre. Hombre de familia grande, ha tenido que luchar toda su vida no solo arriba del ring, sino en una miriada de trabajos para sacar a su esposa e hija adelante. También hacían compañía varios compañeros como Julio, Jorge, Manuel, que estaban arriba del ring. Nervioso yo, que ni se me dá saludé a la raza, el dueño de la escuela, el promotor, me presentó con toda la palomilla que ansiaba comenzar a entrenar.

"Vas a comenzar desde cero" - me dijo Chava.... -"Claro que sí"- le repliqué -a duras penas sé medio correr y caminar, así que ténme paciencia-...

Ha pasado ya más de un año que entré por primera vez a esa escuelita y ahora estoy esperando a que en el sonido se anuncie mi nombre y se ponga mi canción. El corazón parece motor de avión ahora girando dentro de mi pecho. Me reviso todo, mis agujetas, los brazaletes, la posición de la máscara. Entra la coordinadora de luchadores, le pido su bendición. De pronto, la música de Ecocidio baja y comienza mi anuncio.

Señoras y señoreees... con ustedes... el nuevo gladiador ambientaaaal..... Eeeeeeeel Tigrreeeeeee Marrriiinoooooooooooooo!!!!

Finalmente la puerta de lámina que cierra los vestidores se abre, y me encuentro ante más de 1,800 personas reunidas en la arena. Los niños, emocionados, aplauden. Adentro de mi máscara, siento que el aliento entra y sale a 100 kilómetros por hora, jamás estaba preparado para esa reacción, entro, le doy la vuelta al ring saludando a cuanta mano está extendida. De los nervios no encuentro a mi edecán, pobrecilla, no se ha dado cuenta que no la ví y que por los nervios ni chance tuve de buscarla. Ecocidio está arriba del ring, esperando, entro por su esquina, y rehuye a la otra. Subo al ring, pruebo las cuerdas, muy diferentes a la del santuario donde había entrenado desde el principio, más diseñadas para boxeo.

Veo flashes por todas partes, público gritar de todo -a eso se expone uno- y espero a que el réferi suba para comenzar la batalla. Es un milagro que no me halla desmayado... el pulso ha de haber estado a unos 300 latidos por segundo...

(continuará)

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